Tenante de altar o columna visigodo con la típica cruz esculpida centrada en la columna (sin base ni capitel) que caracteriza a los altares visigodos después de la reglamentación litúrgica por parte de la corte toledana a partir del siglo VII. La obra es trabajada solo por dos lados visibles, los cuales conservan pequeñas muestras del estucado que le cubría.
Aunque estas piezas son extremadamente escasas la gran importancia de la obra radica, sobretodo, por el grafito situado debajo de la cruz.
Durante la época visigoda, en las zonas rurales donde las modas culturales pasaban de largo, no había un modelo aun claro de cómo se debía de representar los principales símbolos del cristianismo. En el caso de la imagen de la Virgen aun mas era la confusión, ya que en principio la Iglesia no facilitaba su culto. Ya que la población no tenía una iconografía bien definida (como si tendría mas tarde con el Románico), se recurría a simbología ancestral relacionada con la antigua Gran Diosa, para representarla y rendirle culto. Este es el caso del grafito de este altar, que esculpido con sencillos trazos incisos representa la Virgen-Diosa con un triángulo partido por una ralla por el medio y acabado con extremidades de pájaro (cabeza con pico, piernas largas y estrechas y amplias alas).
Procedencia: Catalunya central.